Siete horas de camino atravesando la Republica Dominicana hasta puerto Príncipe, para comprobar que Haití es un país que agoniza y el primer indolente ante esa realidad es el propio gobierno haitiano.
El terremoto solamente acrecentó la miseria ya existente.
Las avenidas de la ciudad continúan llenas de escombros con cuerpos atrapados, mientras el pueblo haitiano se pregunta por superman, chapulín, Batman o un hombre araña que junto a ellos haga labores de limpieza y los ayude a conciliar el sueño perdido el 12 de enero.
Están sumidos en la incertidumbre y nadie sabe que hacer, a donde dirigirse, a quien preguntar.
Duermen en carpas ante el terror de haber sido sacudidos por una violencia natural que no comprenden ni saben definir y viven en la zozobra del ahora, porque el presente es un milagro de supervivencia y el futuro es impreciso.
Hormigueros de hombres, mujeres y niños salen de esas carpas cada mañana a desafiar la vida en medio de la suciedad, la destrucción y la falta de oportunidades en calles sin asfalto, ausentes de modernidad, entre frágiles construcciones, negligencia y una carencia de liderazgo que no les permite enfocar objetivos y metas de reconstrucción o de organización.
Mirándolos me preguntaba a cuantos y cuantas nos hace bien un baño de Haití, no de Jimani, eso esta al doblar de la esquina en territorio fronterizo, es necesario entrar, caminar la ciudad de Puerto Príncipe y viajar atravesando todo el país hasta VelieAnse para acercarse a la otra verdad.
Nombres y rostros desfilaron por mi mente junto a la estrofa de la canción en Harapos de Silvio Rodríguez…
”Desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir, la caravana en harapos de todos los pobres, desde un mantel importado y un vino añejado se lucha también…Qué fácil es protestar por la bomba que cayó a mil kilómetros del ropero y del refrigerador.”
Las “ayudas” se enfocan en artículos que no llegan al lugar adecuado mientras siguen necesitando que se rescaten los verbos construir, educar, preparar, organizar, reforestar, orientar, descontaminar, abrazar, compartir y empezar de cero la reconstrucción de valores, sueños, esperanzas y fe para garantizarles un espacio en el que encuentren libertades, tolerancia, progreso y paz.
En Haití se necesita trabajar porque estamos demasiado cerca y su muerte puede convertirnos en una isla discapacitada.
Haití necesita que los ayuden, pero no desde el envío de cosas que no les son entregadas, necesitan viviendas dignas, rescatar escuelas, hospitales e inversiones de modernidad para sacarlos del desamparo.
En medio de todo ese desastre de contaminación, destrucción, negligencia y falta de fe, me encontré haitianos que sin tener nada, compartieron conmigo un plato de comida agradecidos por mi presencia. Gente sana que me enseñaban palabras en creole, sonrientes y divertidos ante mi torpeza para pronunciarlo, pero también advertí en otros rostros la desconfianza, el recelo y la duda porque llevan la exclusión colgada en el alma.
Después de visitarlos cierro los ojos y veo sus rostros, sus calles y me hiere la impotencia ante tanto por hacer y tantas diferencias que no nos atrevemos a gritar porque la sociedad pesa más que la suciedad.
Entonces le agradezco a Dios mi trabajo, mi tranquilidad de este lado de la isla, mi vida organizada y limpia, mi seguridad a pesar de los show de partidos políticos, de la delincuencia y los problemas de drogas y apagones.
Ahora me siento a meditar y rezo porque alguien defina políticas de cooperación más sensatas, más reales y más constructivas.
Ahora elevo mis ojos y pido a Dios que me permita la posibilidad de hacer, de dar, de apoyar mas y ruego que muchos lean este articulo y se motiven ante la simple y única realidad de que Haití… Duele.
SD. 27 de marzo del 2010.

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